¿Qué pasaba en España mientras se gestaba la primera
movilización LGTBI en EEUU? Cuando en Nueva York saltó la chispa del orgullo
LGBT aquella célebre noche de 1969, en España se vivían los últimos años de la
dictadura franquista. Lesbianas, gais, bisexuales y trans vivían bajo la Ley de
Vagos y Maleantes que incluía penas de hasta cinco años de internamiento en
cárceles o manicomios para bisexuales, trans y homosexuales, con el objetivo de
su “rehabilitación”.
Aunque la situación ha cambiado, actualmente, el colectivo
LGTB se enfrenta a acoso, insultos, y discriminaciones en las calles,
instituciones, hospitales y escuelas. Según los últimos datos del Ministerio
del Interior, correspondientes a 2018, en España los delitos de odio por
orientación sexual o identidad de género representan el 16,2 % de este tipo de
crímenes, solo por detrás de los racistas. Además, el 72% de personas LGTB
vuelve al armario en su entorno laboral para evitar burlas o por el temor de
que su condición sexual o identidad de género les perjudique en su desarrollo
profesional. De esta forma, los
perjuicios actualmente sufridos por gays, bisexuales, lesbianas y especialmente
personas trans incluyen innegables efectos materiales. Hoy, por ejemplo, se les
niega una amplia gama de prestaciones de asistencia social basadas en la
familia, soportan gastos médicos desproporcionadamente elevados, y están
discriminados en las leyes fiscales y de herencia.
Dentro del colectivo LGTB las personas trans, y sobre todo
las mujeres trans, que enfrentan las mayores tasas de paro y precariedad dentro
del colectivo con un 80% de desempleo son excluidas del sistema educativo y del
mundo laboral, limitándose en muchos casos sus oportunidades a trabajos poco
cualificados y teniendo como única salida en otros, especialmente en el caso de
mujeres trans migrantes, la industria del porno y la prostitución, lo que
repercute en que tengan 49 veces más posibilidades de ser infectadas por VIH
que la población adulta en general a nivel mundial y una esperanza de vida de
50 años en España y 35 en Latinoamérica. La transición de género en la infancia
o adolescencia es una continua carrera de obstáculos, a los problemas de acoso
se le suma la imposibilidad acceder a la hormonación o cambiar su nombre y
género en el Registro Civil que se traduce en una alta tasa de suicidios y
abandono escolar. Esto último agrava la brecha salarial en tanto que, la menor
preparación o cualificación es un lastre añadido para su entrada al mercado
laboral, lo que tiene el riesgo de empujar a las personas trans a trabajos
precarios y no cualificados.
Así mismo el resto de mujeres LB, se ven sometidas a
cosificación por parte del sector masculino y que continúan estando
invisibilizadas en la sociedad. Estas mujeres sufren el machismo desde la
sinergia de la misoginia y la homofobia, que ven su orientación sexual no
normativa convertida en una categoría de pornografía para consumo del varón y
su presencia mediática limitada al reclamo publicitario.
La sociedad actual está apoyando el llamado capitalismo
rosa, centrado en homosexuales con alta capacidad de consumo y formas
específicas de consumir y los grandes beneficiados son los lobbys de negocios
ligados a ello, por ejemplo, a la fiesta del Orgullo o el Pride de Madrid. Como
consecuencia, en vez de promover un movimiento articulado por todas aquellas
personas LGTB precarizadas por el sistema que nos oprime y cosifica, mantiene
compartimentos estancos, que hunden sus raíces en el sistema actual cimentado
sobre la insolidaridad y el individualismo para que los derechos LGTB no pongan
en cuestión el status vigente. Los derechos LGTB deben ir más allá de conseguir
el matrimonio igualitario, no queremos ser asimiladas por el
sistema para convertirnos nuevo objeto de márketing y de consumo.
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